¿Alguna vez os habéis
parado a pensar cuál fue vuestro primer momento de felicidad? Yo el primero del
que soy consciente lo tengo perfectamente identificado, y lo recuerdo tan
nítidamente como si hubiese ocurrido hace sólo un rato. Por ello, puedo revivirlo
y disfrutarlo cada vez que me apetece. El primer momento de felicidad absoluta
que conservo, surge de lo que ocurrió el 24 de agosto de 1983. Yo tenia siete
años, y fui plenamente consciente de que estaba viviendo una experiencia mágica.
Supe que la felicidad te nubla la vista, te transforma en alguien mejor, te
hace llorar, y paraliza el tiempo en un segundo dulce, hermoso, eterno.
Aquel momento de
felicidad comenzó con una frase que auspiciaba que iba a ocurrir algo
trascendental, único, como un volcán a punto de erupcionar, ardiente,
inevitable: “niñas, coged unas bragas limpias que nos vamos”. Nos fuimos dos
niñas, y volvimos tres.
Hoy he vuelto a tener
una cita con la felicidad absoluta. Y digo cita, porque la teníamos prevista
desde hace algunos días, y era esta tarde, a partir de las ocho. En pocas
ocasiones tienes tan claro que vas a vivir un momento inolvidable. Que tienes
otro momento de felicidad dulce, hermoso, eterno, para guardar en tu caja del
tesoro.
La felicidad ha acudido
puntual a nuestra cita, en esta tarde de octubre, verano tardío de castañas, en una
tarde tan eterna como intensa, en una tarde cualquiera. Y treinta años después, compruebo que
la felicidad brilla exactamente igual, y mantiene la misma luz, la misma, con
la que entonces, lucía.