Las mujeres de mi vida
tienen una voluntad inquebrantable que las hace invencibles. Son el
mejor ejemplo de fuerza y coraje que pudiérais conocer. Esa determinación las
hace independientes, obstinadas, tozudas hasta el agotamiento. Quererlas
significa aceptar que, como las fortalezas, tienen murallas, porque esas mismas
barreras serán las que te darán abrigo cuando lo necesites.
Juegan con la vida apostando a ganar, sabiendo que tienen el
mejor as en la manga, la audacia de los
niños y una sabiduría que un día
encontraron a la vuelta de una esquina inesperada. Son capaces de hallar
la salida en el laberinto más intrincado, riéndose de los peligros sorteados, y
planeando nuevas aventuras, todas con el éxito asegurado.
Con el calor de sus manos, moldean el hierro para ofrecerme
un ancla que me mantiene segura en la
orilla más amable de la vida, alejada de cualquier tempestad. Y hacen honor a
su nombre construyendo herraduras para que caminemos sobre las piedras
del camino.
Juntas, formamos un triángulo de sentimientos y vivencias en
el que hay pocas palabras y muchas verdades.
Las reconocí desde su nacimiento. Las esperé desde el mío.