No
le gusta cómo te vistes. Tampoco tu forma de hablar. No disimula que no te
soporta, que ni siquiera se soporta él mismo. Odia a tus amigas. Te vigila
cuando hablas por teléfono. No le importa que tiembles mientras te grita, ni
se arrepiente de lo que viene después. La rutina se ha convertido en una
nebulosa tóxica en la que ya no puedes respirar. Y hoy, se ha reído al verte
llorar. No te atreves a contarle que
acaba de morir una chica de veintidós años. Que ha sucedido muy cerca de tu
casa, y que te duele tanto como si fuese tu hija. La veías pasear con un niño
de la mano. Y tú la imaginabas con toda la vida por delante.
Este mediodía las noticias hablaban de veinticinco mujeres fallecidas en España. Sin embargo,
tú sabes que ya son veintiséis. Porque en Zaragoza y en Jerez, casi a la misma
hora, el horror se ha repetido, y rezas para no ser la próxima.
Levantas
el teléfono. Lo memorizaste hace años, 016, pero hoy por primera vez lo marcas.
Y decides que quieres vivir.