miércoles, 31 de octubre de 2012

Sin palabras


Soy periodista y me gusta escribir. Me encanta. Desde que no sabía que quería ser periodista. Estos días he encontrado los diarios que escribía cuando era jovencita. Ojeando uno de ellos, me encuentro con una página de un día cualquiera de 1991, y la Sonia quinceañera, dice: “hoy he vuelto a empezar a escribir un libro, espero esta vez terminarlo”. No recuerdo este inicio de libro ni los anteriores, tendría que releer con más atención todos los diarios, pero hoy, veinte años después, mantengo esa misma ilusión, o quizás más modesta: simplemente, escribir.

Escribir un libro da un poco de miedo. A mí personalmente también me da pudor. Da incluso un poco de vértigo. ¿Y empezar con un blog? El caso es que me pongo a pensar… y me doy cuenta de que me da igual qué. Si es que a mí lo que me gusta es escribir, incluso notas de prensa. Pero entonces se mantiene ese pudor. ¿Y no es por ese pudor por el que ni siquiera escribo un tuit? Y mientras sigo escribiendo en un cuaderno, como cuando redactaba un diario, pero cada vez cosas más cortitas, pensamientos que no quiero olvidar, pero que tampoco me atrevo a compartir.

¿Y entonces qué escribo? Y me doy cuenta que quizás el  trabajo (esa gran suerte y fortuna inmensa del trabajo) me ha atrofiado la imaginación: o es que la responsabilidad de escribir algo interesante, me puede al deseo de escribir algo bonito; o no sé separar mi yo personal de mi yo periodista; o sólo quiero escribir algo que a mí me encantaría leer, por sencillo y por directo.

Y sigo pensando que al blog le tengo que poner un nombre, y un fondo, y elegir una foto para la primera entrada… ¿y le doy difusión en las redes? ¿O me lo guardo? ¿Y qué hago con el pudor?

Bueno, quizás pueda dar un primer paso entre el cuaderno y el blog, y empezar con unas líneas mecanografiadas, simplemente, y las dejo guardadas, y mientras me lo pienso. 

Ahora ya, por fin, estoy decidida.

Y entonces… me quedo sin palabras.