miércoles, 13 de febrero de 2013

Una tarde con Rodrigo

Es tan pequeñito, que confunde a los cardenales vaticanos con los Reyes Magos. Todavía no ha recibido la visita del Ratón Pérez. Puedes levantarlo con un solo brazo, aunque él intenta resistirse lanzando patadas al aire y carcajadas de colores. Es un Spiderman con chupete. Está a punto de disfrutar de su tercera primavera, y ya tiene la responsabilidad de ser el mayor de la familia. Aprovecha el privilegio para tirar del pelo a su hermanito, sale corriendo, vuelve, le da un beso.

Le gustan los helicópteros, las herramientas, soplar las velas, tirar de la piñata, montar en bici, Dora, las croquetas de su abuela, el jamón. Reúne la energía de toda una vida en su cuerpecito de arcilla nueva, recién moldeada. Si lo miras a los ojos… encuentras un paraíso en el que desaparecer.

Habla mucho, pero yo lo entiendo poco. Tiene tanto que decir, que sus palabras se escapan como burbujas. Y de repente, me mira, no para de jugar, se ríe, vocaliza, mis oídos no me engañan, me dice que me quiere mucho, y se queda tan tranquilo, me sonríe, se agacha, se levanta, coge otro juguete, y no se da cuenta de que casi es de noche, pero que el sol brilla dentro de la habitación.

Tengo que irme, pero todavía vuelvo a ver su carita que se asoma antes de que se cierre la puerta del ascensor, y deseo que nunca pierda esa capacidad de decir te quiero con la franqueza y la ilusión de su infancia transparente. Que lo quieran mucho. Y que él quiera todavía más.

viernes, 1 de febrero de 2013

1 de febrero

Me busco en todos los espejos. Intento descubrirme y reconocerme. Tengo un par de canas en el flequillo, y una arruga profunda, como una cicatriz, en la frente. Investigo, me acerco al reflejo, me alejo, me analizo de perfil. Parece que sigo siendo yo, tal y como me recuerdo. Hoy, al menos, sigo siéndolo.

No quiero perderme ningún detalle del cambio. Y continúo observándome, con los ojos de la niña que fui, con la curiosidad de la adolescente que sabe que ya no hay vuelta atrás.  Ni falta que hace.

Disponer de mi silencio es muchas veces el gran reto de la jornada. Elegir entre el ruido la voz que me acompañe,  la mejor alternativa. Querer mucho, llorar lo justo, aprender a olvidar, conseguido. Y crear mi espacio en un  universo diminuto, lleno de fotografías, paredes por decorar, cajones repletos de cartas, y libros esperando en la estantería.  ¿El pasado y el presente, tejiendo un futuro nuevo?.  No, presente alimentando presente.

Saber perdonar,  lo tengo pendiente. Aprender de mis errores, también.  Alejarme de lo absurdo, inmunizarme contra el miedo, esquivar lo inapropiado, mantener la compostura,  ser razonable, desechar el orgullo, controlar el mal humor, me cuesta.

Son sólo treinta y siete años, dadme un poco más de tiempo.